Un portal al futuro
Por Ana Coronel y Daniela Suárez
(Primer cuatrimestre 2022)
Me dirijo hacia Capital: colectivo lleno, día hermoso, soleado y caluroso. Bajo del transporte y comienzo a pasear en dirección a Puerto Madero, hay gente por todos lados que aprovecha el día, al igual que yo. Por las calles se ven muchos autos, imagino que se irán a lugares más lejanos. Observo los edificios nuevos, tan altos y modernos, los restaurantes que me rodean comienzan a llenarse por la hora del almuerzo. Sigo mi camino cruzando el imponente Puente de la Mujer, foto por acá y foto por allá, del río, del cielo… el calor empieza a ser un poco agobiante, despierta en mi la sed, me urge tomar algo. Busco un kiosco o un súper por la zona hasta que me topo con uno muy particular, y allí me detengo. Miro, observo, dudo un momento. Necesito descargar una aplicación para poder entrar; eso me sorprende bastante. Pero en este momento necesito saciar mi sed, hace mucho calor. Sin pensarlo mucho descargo la app y escaneo el código QR que me permitirá el ingreso. Doy el primer paso, ya estoy adentro.
Camino… mis ojos recorren el lugar y noto que hay cámaras por doquier, en las paredes y en las góndolas. Hasta ahora, todo normal. Chusmeo precios, productos; este lugar es tan novedoso y particular. Finalmente encuentro el sector de bebidas y elijo una Sprite bien fría, ¡ya no doy más! Quiero pagar e irme para poder disfrutar mi gaseosa. Pero mientras voy por el pasillo que me conduce a la salida, entre góndola y góndola una pregunta me detiene: ¿Cómo voy a pagar si no hay cajeros ni trabajadores alrededor? No he visto ninguno. ¿Dónde están? Aquí estoy otra vez estupefacta, parada con el celular en una mano y mi botella fría en la otra. Desbloqueo el celular ¡necesito una respuesta!
Abro la app nuevamente y ésta me indica que tengo que escanear con mi teléfono elcódigo de barras del producto.
–Tranqui– me digo a mí misma. El celu hace un ruidito como las cajas tradicionales, eso me hace sonreír ante lo nuevo. Finalizo mí compra y pago por medio de la billetera virtual. La sensación es extraña e innovadora en todo momento, algo completamente diferente, nunca antes visto: entrar, seleccionar el producto, escanear el código, pagarlo y salir, sin ninguna ayuda. En parte lo encuentro divertido por tanta tecnología, pero siento la nostalgia de socializar con las cajeras y bromear sobre la plata que “no se quiere ir”, “que va y viene”, quejarme de lo caro que está todo para después hacer algún chiste que termine con un comentario amigable o desearles un buen día.
Llego a mi casa de noche, después del paseo. Mis viejos están mirando la tele como de costumbre, siempre las noticias, algún informe. El titular en pantalla atrae mi atención: “Avance de la tecnología: robots ocupan puestos de trabajo”. Recuerdo mi experiencia del mediodía en ese súper, mientras escucho la charla entre el especialista y el periodista.
–Imagínate que un día no va a haber quién fabrique neumáticos. No va a haberneumáticos– ejemplifica el primero.
–Pero ¿quién se beneficia con este cambio?– indaga el segundo.
– Y… a las empresas les gusta lo automático. Y a la sociedad también le gusta que todo responda a una rutina, que la comida llegue rápido y caliente. Que hagas un pedido virtualmente y llegue a tu casa en tiempo y forma.
–Nos acostumbramos.
–Claaaro. Además. Las máquinas no se quejan. Un día el ascensorista, no estuvo más porque fue más fácil tocar el botón del ascensor y ya. ¿Alguien hizo una marcha de ascensoristas? ¿Se movió algún sindicato? No. Bueno, algún día no va a haber más sindicatos.
Lo que escucho me deja pensando aún más sobre la cajera ausente en ese súper, sobre esto del autoservicio llevado al extremo… y la gente que se quedó sin ese puesto de trabajo.
La premisa del periodista es “Nos vamos a quedar sin laburo…” y de alguna forma me siento incluida ese “nos”.
– El cambio tecnológico que tanto nos copa nos va a terminar afectando, y es necesario que lo abracemos– dicta sentencia el entrevistado.
Mientras tanto, nos muestran un brazo mecánico que decora delicadamente una taza de café con la precisión de un barista.