Crónica de un rojo amanecer
Por Silvia Yohana Molano Riaños.
(Primer cuatrimestre 2022)
Hace algunos años, en las hermosas montañas de mi tierra, comenzaron a surgir miles de historias que cuentan con muchos testigos, unos viejos otros jóvenes y otros como yo, una niña de cuatro años, casi cinco, quién no conocía el miedo y mucho menos la maldad, que su experiencia con el dolor solo se remitía a los golpes que había recibido al tropezar, porque sus pequeños piececitos pisaron mal al andar.
Esto ocurrió una tarde, qué mes, qué día, no lo recuerdo, solo sé, que no hacía frío, ni llovía, qué el sol ya casi se escondía y que lo único que interrumpía el silencio de aquel atardecer era el ruido que hacían los bichitos que salían al anochecer.
Yo estaba cansada de tanto molestar, porque si algo me caracterizaba era él nunca parar. Esa tarde, casi noche, veía un programa en la televisión, lo recuerdo porque se apagó aquella caja amarilla que me entretenía viendo imágenes sin color. Recorrí la casa de un lado a otro buscando a mi mamá cuando de repente escuché un ruido extraño y salí a chismosear, mi pequeña cabeza giró para donde el sentido de la curiosidad le hacía mirar, eran miles de luciérnagas que volaban sin parar, con sus pequeños rabos ardiendo de calor iban tan rápido que atravesaban las paredes, las puertas, la piel y los huesos dejando solo de brillar cuando se encontraban con aquel río rojo que recorre nuestro ser.
Yo estaba estupefacta viendo aquellas luces tan hermosas que se producían sin parar, en ese momento llegó una niña que triplicaba mi edad, me agarró de la mano, me jaloneo hasta llevarme a la habitación cerró la puerta y me dijo: “¡No puedes salir porque puedes morir! “No recuerdo haber tenido miedo ni mucho menos llorar, solo tengo el recuerdo de que aquel ruido extraño dejó de sonar, salí a buscar a mis papás estaba sola y no había nadie quien me quisiera cuidar.
Todos estaban en sus asuntos entre ellos una madre sentada en el piso con el cuerpo de su hijo inerte sobre sus piernas, ella tenía un trapo blanco, que muy rápidamente cambiaba de color a un rojo intenso cuando trataba de limpiar la frente fragmentada en mil pedazos, que las luciérnagas dejaron al pasar, por lo que un día fue el instrumento de razonar de aquel hijo que había dejado de respirar, mientras que la mirada de aquella madre parecía perdida como si no estuviese en este mundo, solo las lágrimas que corrían por sus mejillas daban fé de que el corazón de aquella mujer latía en ese rojo amanecer.
¿Cómo hablar de derechos? Tan solo era una niña al darme cuenta qué no existía garantía al vivir, son tantos años y tantas tragedias sin contar. Miles de niños y niñas que fuimos creciendo guardando en nuestra alma hechos de impunidad que invaden nuestra mente en ocasiones de soledad. ¿cómo seguir hablando? es algo tan serio, tan fuerte, tan real, y al mismo tiempo tan increíble y casi imposible de olvidar. Es así que solo queda por decir que en la tierra que crecí hay miles de testigos como yo, que aun siendo inocentes nos tocó vivir en medio de una guerra sin fin, donde las luciérnagas pasaron con sus rabos calientes dejando a su paso historias como está que muchos te pueden contar.