Tanta fuerza y tanta calma como el mar
Por Juliana Agüero y Eliana Atún
(Primer cuatrimestre 2020)
El mar, con tanta fuerza y calma como él. Cada vez que camino en la orilla, lo recuerdo. Su pelo castaño con rulos se mueve al viento, al igual que las olas y, en sus ojos verdes, parece reflejarse la marea. Tanto amor, tanta pasión. Hace dos años ya que -cada vez que lo miro- tengo un sentimiento de alucinación y admiración, el mismo que tuve la primera vez que vi el mar.
Hoy es 12 de agosto y me encuentro caminando por las orillas del mar de Aguas Verdes; a cada paso, voy sintiendo la brisa en mis espaldas; voy pisando la arena y sus granos se van metiendo entre mis dedos. Observo la costa y veo el atardecer. La bruma del agua llega a tocar las puntas de los dedos del pie.
Habíamos acordado encontrarnos a las 6 de la tarde, era nuestro aniversario. Lo vi llegar con su sonrisa de siempre, y su barba hecha remolinos. Se acercó, me miró y me abrazó. De repente me entregó un sobre; lo abrí y me encontré con una foto nuestra. En ese momento, tuve la idea de convertir el detalle en algo simbólico para ambos. Saqué una lapicera de mi mochila, le propuse escribir una nota y dejar que las olas y la marea se llevaran la foto; le dije: “No hay nada más hermoso que la manera en la que el mar se rehúsa a dejar de besar la costa; no importa cuántas veces sea enviado de regreso.Te amo tanto como el mar ama besar la arena, inesperadamente y sin buscarte”. Aquella vez prometimos amarnos por siempre, frente a la luz de la luna que se reflejaba ante nosotros; escribimos la nota y, juntos, la llevamos al mar.
La vida o el destino quiso que nos separáramos. El tiempo dirá si lo nuestro era amor o una confusión, si tuvimos algo valioso y lo dejamos ir o si alejarnos fue la mejor decisión. Mi miedo está en haber dejado todo atrás, haberme ido y arrepentirme en consecuencia. Sé que no hay mayor error que el irse amando; no quiero renunciar a un amor que -pase lo que pase- aún quiero que siga siendo mío. Decidí al año volver al mar, que me recordaba tanto a él y al que no regresé a visitar después del día de la foto. Al acercarme a la costa sentí cómo las lágrimas empezaron a recorrer mis mejillas; al recordarlo, sentí más que nunca. Un segundo de silencio hizo su aparición, un largo segundo de silencio que nunca antes había vivido, y sentí su ausencia.
Cuando me retiraba, no podía creerlo, pero lo vi. Sentado en el médano de siempre, mirando al mar. Pensé que se trataba de una coincidencia, pero ¿y si no lo era? Tomé coraje y me senté a su lado, para participar de un silencio que no resultaba incómodo. De repente, me dijo: “Te extraño, y eso duele”. Fue una frase llena de mucha sinceridad en esa noche fría, en que la brisa me llenaba y vaciaba de él. No pude resistir: le pedí que habláramos sobre nosotros; que nos volviéramos a dar una oportunidad, que todo podría volver a intentarse y que el amor no tenía por qué ser la excepción. Juntos, nos acercamos a la orilla y miramos a las olas. De pronto, sentí que algo tocó mi pie y bajé la mirada. Me incliné y pude levantar nuestra foto, raramente intacta, que el mar había devuelto hacia nosotros. Me miró y no tardó en besarme. A partir de allí, la vida fue diferente; ya no está hecha de horas, sino de momentos. Cada vez que lo miro, en sus ojos hallo tanta fuerza y tanta calma, como el mar que nos supo unir.