AMOR, RÍO Y CENIZAS
Por González Romina
(Segundo cuatrimestre 2020)
Han pasado ya seis décadas desde que, bajo esos árboles y frente al río, tuvimos nuestra primera cita, allá por el año 1970, en pleno mes de marzo cuando las hojas apenas comenzaban a caer. Observábamos el rojizo atardecer reflejado en el agua que nos hipnotizaba: el mismo sitio donde seis meses después, te pedí matrimonio. Por cierto, recuerdo que lucías un vestido hasta las rodillas color rojo, con detalles negros, que hacía resaltar notablemente tu piel blanca, ese cabello largo y ondulado y tus ojos color miel: te sonrojabas, porque no podía dejar de admirar tu belleza.
Nuestros familiares creían que íbamos muy apresurados, pero acaso — ¿hay una ley que determine el tiempo, o un manual que nos indique cómo vivir la vida? Creo que no. Los dos tuvimos muy claro desde el principio que nos complementábamos, a pesar de que éramos jóvenes. Tiempo después, luego de habernos casado por civil el 27 de septiembre, también lo hicimos por iglesia ya que ambos -creyentes- queríamos que este matrimonio fuera bendecido y elegimos la parroquia católica ubicada justamente frente al rio, que contempló el inicio de este amor.
En mayo 14, del año ´73, nació Valentín con sus tres kilos setecientos gramos. ¡Qué alegría inmensa! Tenía tus mismos ojos. Tener una vida que dependiera pura y exclusivamente de nosotros, fue todo un desafío y quizás tuvimos algo de temor, al ser padres. Tú, sin embargo, supiste muy bien cómo actuar, tenías tan en claro la maternidad. Tuvimos también, altos y bajos en nuestra relación -como cualquier pareja suele tenerlos- pero siempre supimos resolverlo. Se podría decir que eres mi alma gemela, que tienes la palabra adecuada para darme aliento cuando estoy mal, a la par que permaneces siempre tan alegre y positiva.
Largas caminatas llenas de risas y anécdotas que te encantaban escuchar de mí, se combinaban con el precioso paisaje del río quieto y tranquilo, cuyas aguas transmitían absoluta serenidad. Tantos años y cambios han pasado: nuestro hijo -todo un hombre- decidió vivir en el exterior y volvimos a ser solo tú y yo en una casa ahora enorme y silenciosa. Te veo hermosa como siempre, aunque para ti es todo lo contrario, notas haber perdido casi todo tu cabello, tu piel oscura por la radiación y te sientes débil, pero tu alma y tu ser siguen intactos y eso te hace más bella aún. Me muestro fuerte para ti y los demás, cuando por dentro me estoy ahogando; no quiero perder la fe de que pronto te recuperarás, quiero ser el pilar donde puedas refugiarte y sentirte a salvo, para retribuir todo lo que siempre has hecho por mí.
Tras meses de esta enfermedad que te consume, te ves tan delgada que te colocas un pañuelo de seda en la cabeza, para ocultar tu cabello ausente. Te tomo la mano y digo — Tranquila, amor el cabello crecerá, cuando hayas sanado — Tú crees que podré sanar, ya estoy grande y cansada.
El médico, a causa del avance de la enfermedad, me sugiere la internación de mi esposa, para seguir el tratamiento en la clínica, sin embargo, me explico que eso no significa que se pueda sanar, es solo para que sus últimos días no sean tan dolorosos, pero era de esperar que tu estés totalmente en desacuerdo. Me dices —jamás nos separamos, y ahora que sé que me queda poco quiero disfrutarlo a tu lado. —Tienes razón, amor, haré lo que tu decidas.
Finalmente me pides un último deseo, que tus cenizas sean arrojadas al río frente aquellos árboles donde solíamos pasear. Te despido con un beso, pronto nos volveremos a encontrar, mi gran amor…Esto no es un adiós sino un hasta luego.