La beautéestdans la rue
Aldana Arbios y Matías Iglesias
1er cuatrimestre 2018
En la ceniza de
una tarde terciaria de 1918, sobre una inefable calle, marchó la juventud
cordobesa. La francesa, en análogo trance, prodigó las paredes de 1968: la beauté est dans la rue. La calle,
casa del pueblo, no tropieza con distinciones telúricas o étnicas; es lugar
común para la juventud argentina, francesa, española, cubana, palestina,
armenia… La historia así lo demuestra: la universidad y la calle son
inseparables. Una entraña a la otra.
Producto de la casualidad o de un admirable atrevimiento,
una calle atraviesa nuestra propia universidad, quizá en los intersticios de lo
terrenal: los homéricos edificios, los fragantes árboles, los alumnos agresores
y, en este caso, los flagrantes pañuelos.
La fotografía es sólo un ejemplo más de lo inherente que
resulta un espacio del otro.
La locución «el silencio de la juventud» es, en sí misma,
un oxímoron. La juventud no calla: solivianta y grita. Hace repiquetear las
cadenas sobre el derecho divino de los profesorados universitarios, sobre La Sorbonne.
La juventud entiende que las universidades no fueron
hechas para apoltronarse dentro de supuestas barricadas de conocimiento, su
espíritu crítico no se detiene frente a ellas sino que avanza hacia las plazas
y las fábricas.
Cordobesa hace cien años, francesa hace cincuenta;
anáfora en la historia, la juventud sublevada es capaz de traducir las palabras
en actos y los gritos en derechos. Es capaz de compaginar. Entiende que las
universidades están al servicio de las calles y que allí debe volcarse su
aprendizaje, pues es enteramente consciente de que, como señala John Berger en Abrir la cancela,«En la vida diaria
realizamos un intercambio constante con la inmensa serie de apariencias que nos
rodean: a veces son muy conocidas; a veces son inesperadas y nuevas, pero
siempre nos confirman en nuestras vidas». La lente de la juventud está puesta
en las calles, sin embargo no olvida que la universidad le mostró cómo adaptar
el angular.