Cuerpo y espíritu
Por Cristian Martínez Calderón
2do cuatrimestre 2018
“Después
de hacerles señas a los muchachos para que se sentaran a su alrededor formando
un semicírculo, el viejo empezó a contarles cómo llegó a ser lo que era. Les
contó que después de muchos años de estudio, a partir de la madurez, los griotssepultaban
en la memoria los recuerdos de sus antepasados. —¿De qué otra manera podrían
saber acerca de las hazañas de los reyes, los hombres sagrados, los cazadores y
los guerreros de hace cientos de lluvias? ¿Los conocen personalmente? —se
preguntó el viejo—. ¡No! Nosotros llevamos la historia de nuestra gente aquí.
—Y se golpeó la cabeza gris.”*
Un
libro es el reflejo del pensamiento de su autor, plasmado con la intención de
superar el límite de la longevidad humana. Es también la impresión fiel de una
sociedad en determinado momento de su historia. Es la doctrina política. La
guía espiritual. La teoría de la naturaleza propia y de la que nos rodea. Es el
archivo de natividades, porque inscribe a las personas y de esta forma
documenta sus existencias. Mas de la muerte, también puede guardar memoria. Y
aunque sea un objeto aparentemente inanimado, inerte, inofensivo, posee la
cualidad de guardar lo intangible, lo metafísico, lo atemporal, cual baúl cuyo
candado sólo abre la voluntad plena de escrudiñar sus tesoros con ternura
maternal.
Empero
son frágiles, de tan importantes e imprescindibles para las relaciones humanas.
Son mortales como cualquiera de nosotros. Así como son predadores de mentes
vírgenes, pueden ser presas, víctimas de obscuras empresas. Y de esto hay muchos
testimonios en gran parte de nuestra trayectoria humana. Por ejemplo, quemas de
bibliotecas. Desapariciones de comunidades enteras de escritos. Inclusive se
puede hablar de libros que no terminaron de germinar y murieron sin haber visto
la luz.
Ahora
bien, si es cierto que el libro ocupa un espacio físico, es el espacio etéreo
en donde su contenido viene a fundar las ideas y a desarrollar sus funciones.
Porque es ese campo ilimitado de la mente humana el que permite la reproducción
de las mismas, de las imaginaciones fértiles, dado que los libros dejan en
algún punto de ser simples cuerpos. De esta manera, el libro adquiere entonces
un carácter transformador, y emancipador si se quiere. Es esta la razón de su
trascendencia y todo lo que implica al trastocar la realidad. Al suponer la
crítica de ciertos privilegios de un sector de la sociedad o una manera
diferente de entender las dinámicas de la economía, por ejemplo.
Pero
un libro no empieza a escribirse cuando su autor realiza la actividad per se de
la escritura, ni termina en la lectura del receptor. Un códice, un pergamino o
manuscrito; signos grabados en paredes y en piedras; son el origen mismo de la
memoria humana. ¿Qué es el libro, pues, sin su espíritu? Es el primer momento
en que el ser humano contó una historia, alegó en defensa de alguien, se
inventó una canción o declaró estar enamorado, entre el sin fin de actividades
intelectuales y artísticas que poseemos. Por lo cual, si se pretende suprimir
un libro, por determinado tema que incomode a esas empresas obscuras que no
escatiman en recursos para destruir, se pretende también acabar con parte de la
humanidad misma. Ya que es un ente que no sucumbe con la destrucción de su
estado físico, y prueba de esto es el hallazgo en el patio de una casa en
Córdoba, Argentina, durante los primeros días de enero del 2017.
Liliana
Vanella y Dardo Alzogaray enterraron sus libros en el patio de su casa, antes
de exiliarse en México durante la última dictadura cívico-militar que
consideraba peligrosos ciertos autores y determinados temas. La pareja
cordobesa poseía algunos textos que no fueron capaces de quemar. Decidieron
enterrarlos vivos. Pasaron 8 años y al volver de México aquella biblioteca
palpitaba debajo de la tierra, intentaron desenterrarlos pero encontraron uno
de los libros en descomposición, por lo que decidieron abandonar la búsqueda.
“Gabriela
Halac y Tomás AlzogarayVanella, unidos por la misma indagación en torno al
destino de las bibliotecas de sus padres, empiezan a trabajar juntos: entrevistan
a Dardo –que murió en septiembre de 2015– y a Liliana, y aventuran la
posibilidad de exhumar los libros. Se une al proyecto Agustín Berti. A un metro
y medio bajo tierra se encontraron dieciséis paquetes”**
Los paquetes de libros encontrados ya no eran los mismos, mutaron, les crecieron raíces, envejecieron. A partir de ellos nació otro texto, increíblemente, que se escribía debajo de un jardín. Por más de 40 años esperaron y hoy son exhibidos, son como los viejos juglares africanos, contando lo que vieron y lo que vivieron a otra generación.
*La foto que ilustra este escrito es del
fotógrafo Ricardo Figueira y es parte de la muestra “Memoria en llamas”