Días de lucha
Por Martín Santacatterina
2do cuatrimestre 2018
Resuenan los ecos de
la utopía estudiantil de 1918 en las calles que rodean al Congreso de Buenos
Aires, símbolo de tantos negociados subterráneos y hábitat donde merodean
mezquinos intereses, especialmente en estos días. Miles de jóvenes estudiantes,
funcionarios y docentes se aglutinan en torno del Congreso para reclamar contra
las políticas de ajuste en materia educativa, para elevar su voz en contra del
ahogo presupuestario a las universidades. El cielo nublado, grisáceo,
rápidamente se transforma en un diluvio de proporciones bíblicas. Los paraguas
se alinean geométricamente uno detrás del otro, propiciando una suerte de techo
colectivo para mitigar el efecto del vendaval. La escena parece la de una
formación militar romana protegiéndose de las flechas de los enemigos. El frio
también es intenso, pero el calor de la lucha lo compensa. Hay columnas de
diferentes universidades y también de varias agrupaciones o partidos políticos,
peronistas, trotskistas, alguna agrupación guevarista e incluso un remanente
del maoísmo vernáculo. Estamos en presencia de un gobierno al cual se le puede
aplicar la crítica dirigida por los estudiantes cordobeses de 1918 hacia las
autoridades universitaria de ese momento, un gobierno que “ve en cada petición
un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión”. En cada petición ve
un agravio porque gobierna tan solo para un puñado de empresarios. En cada
pensamiento ve una semilla de rebelión, porque es un gobierno que quiere un
pueblo rendido, atrapado en los preconceptos arraigados en el sentido común,
siempre proclive a aceptar con mansedumbre los eslóganes vacíos y quedar rehén
de emociones primitivas, y es un gobierno con varios expertos conocedores de
estos intersticios.
Para estos preconceptos la universidad es una
luz que ahuyenta las tinieblas, un antídoto contra la ceguera, una llamada a
ejercitar el pensamiento crítico. Por eso la universidad siempre resulta una
institución peligrosa para los gobiernos antipopulares y para los netamente
dictatoriales. Unos asfixian a la Universidad para luego acusarla de ineficaz e
instalar discursos privatistas, otros directamente generan noches de bastones
largos.
La marcha no se
limita solo a una huelga docente por un aumento necesario del salario, incluye
las reivindicaciones de carácter salarial pero es mucho más que eso. Es una
movilización en contra de la tentativa brutal de cercenar sueños y proyectos de
vida que implica la elitización de la educación superior. Los funcionarios
estrella del gobierno no pueden evitar escupir opiniones denigrantes hacia la
universidad publica cada vez que se apartan su libreto cuidadosamente guionado
por un ejecito de expertos de marketing. Lo que anhelan es un distopía
educativa neoliberal, donde solo los ricos puedan acceder a la educación
superior, donde no existan universidades en zonas geográficas como el
conurbano, región que su imaginario reaccionario identifica con la barbarie, el
atraso y lo indeseado .Precisamente en la foto podemos ver a dos jóvenes
estudiantes de la UNQUI llevando una bandera en contra del brutal ajuste
presupuestario.
A la clase dirigente le cabe la descripción que
hace el Manifiesto Liminar de los dirigentes conservadores de comienzo de
siglo: “El sentido moral estaba oscurecido en las clases dirigentes por un
fariseísmo tradicional y por una indigencia pavorosa de ideales”. Los jóvenes
de 1918, como dice el Manifiesto Liminar, espantaron para siempre la amenaza
del dominio clerical. Quizás, el desafío de los jóvenes de hoy será detener
definitivamente la amenaza del neoliberalismo, esa doctrina económica que
genera pobreza material y espiritual y que, en vez de hacer de toda necesidad
un derecho, hace de toda necesidad una mercancía, tratando de profanar los
sueños de miles de jóvenes.