Frágil e indestructible
Por Gabriela Salesi
2do cuatrimestre 2018
Si nos remitimos a la definición de la palabra libro sugerida por la
Real Academia Española, encontraremos que es un ¨conjunto
de muchas hojas de papel u otro material semejante que forman un volumen.¨
Sin lugar a dudas, ésta es una descripción basada en la mera observación de
aquello que llamamos libro. Una explicación árida que bien podría haber sido
escrita por un alienígena recién llegado a este planeta que ve, con ojos
inocentes y curiosos, por primera vez un libro. Un libro es mucho más que un
conjunto de hojas de papel y, en realidad, puede tomar una infinidad de formas:
puede ser un amigo que, así como el de carne y hueso, transita la vida a
nuestro lado o bien un maestro al que nos acercamos en busca de conocimiento e
iluminación. Es una flecha que nos atraviesa el alma y nos deja distintos,
transformados, plenos de innovadoras ideas y sueños que, de otra manera,
hubiéramos ignorado o desoído.
Así como un libro
puede tomar todas estas formas tan dispares, es indudablemente, a los ojos de
gobiernos autoritarios, un arma letal que atenta contra la sumisión y
mediocridad que esperan del pueblo oprimido y, por consiguiente, el libro es el
enemigo y como tal, es secuestrado, humillado y destruido. No es extraño
entonces que durante la última dictadura militar en Argentina ( 1976-1983 ),
hubiera una larga lista de libros prohibidos que ponían en peligro la
integridad física y hasta la vida de aquellos que los poseían. Asombrosamente,
esa lista no sólo incluía libros portadores de nuevas ideas revolucionarias,
sino también los que a primera vista eran inocentes libros infantiles, con sus
coloridas ilustraciones y personajes fabulosos. Entre estos libros, en apariencia
inocuos, se encontraban ¨ La planta de Bartolo ¨ de Laura Devetach y ¨Juguemos
en el mundo¨ de María Elena Walsh.
¿Qué fuerza oculta
podrían tener estos libros, que al igual que los de Karl Marx, fueron
sentenciados a la masacre? Lo que estos libros tienen en común es su imbatible
poder para transformar a aquél que los lee, ya sea en una reunión clandestina,
en la soledad del hogar o en una sala plena de niños y ruidos en un jardín de
infantes.
Cuenta la anécdota en el
libro ¨La Sombra del Viento¨, del escritor español Carlos Ruiz Zafón, que un
padre y su hijo se internan en el Cementerio de los Libros Olvidados al
finalizar la Guerra Civil Española y, con los ojos fijos en la inconmensurable
pila de libros que ya nadie lee, el primero le dice al niño: ¨Cada libro,
cada volumen que ves aquí, tiene un alma. El alma de la persona que lo escribió
y de aquellos que lo leyeron, vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro
cambia de manos, cada vez que alguien baja sus ojos a las páginas, su espíritu
crece y se fortalece.¨ Así, el señor Sempere explica al niño la fuerza
poderosa que encierran las páginas de un libro, laborioso campesino que
siembra, cual si fueran semillas, nuevas ideas y sueños en aquél que se sume en
su lectura. Luego, de la misma forma en la que un campo yermo se
convierte en colorida huerta, nuestra alma se transforma y enaltece, nace
nuestro pensamiento crítico y con él, nuestra libertad.
Evidentemente, éstas son razones
harto suficientes para que los grotescos gobiernos autoritarios le teman a los
libros. Resulta absurdo imaginar que dichos gobernantes sientan miedo de
un libro y, sin embargo, así es. Imposible olvidar la censura feroz en
sucesivas Ferias del Libro de La Habana o, en nuestro país, la prohibición y
quema de muchos libros que formaban parte de una temida lista negra. Nuestros
¨hombres de hierro¨ no permitirían que el pueblo fuera tierra fértil para las
semillas de cambio y libertad en esos libros. El libro debía ser aniquilado.
¿No era ésta una forma de afirmar que los libros tenían un poder transformador
aún más efectivo que sus mismas armas?
¿Y cómo reacciona del
otro lado aquél que ha sido bendecido por esa fuerza sobrenatural de los libros
ante esta feroz amenaza? A menudo, protegiendo hasta con su vida aquello que lo
ha convertido en un ser mejor. Éste fue el motivo por el que Liliana Vanella y
Dardo Alzogaray enterraron sus libros en el patio de su casa en la provincia de
Córdoba, entre 1975 y 1976. Si bien podrían haberlos quemado y hacer
desaparecer así toda evidencia de su existencia, para ellos fue más lógico
enterrarlos en su propio jardín, con la ilusión de que se preserven y de ese
modo, fueran semilla en otras personas.
En conclusión, no podemos negar que los libros son vehículos de transformación, de revolución personal, de cambio. Nos convierten en pensadores independientes cada vez más abiertos al conocimiento. ¨El papel es un depositario privilegiado de las ideas de los hombres, en su fragilidad reside también su virtud, la posibilidad de la multiplicación.¨ Así, Agustín Berti, quien, junto a Gabriela Halac y Tomás AlzogarayVanella, es autor de ¨La Biblioteca Roja. Brevísima relación de la destrucción de los libros¨, presentado en Córdoba en el año 2017, resalta dos aspectos opuestos de todo libro: su fragilidad y su fortaleza. Un libro se puede hacer mil pedazos, incinerar, destrozar, desaparecer, pero las ideas en él plasmadas son de una fuerza que barre con todo obstáculo. Una vez puesta en movimiento, mediante la simple lectura, su fuerza transformadora será, a mi entender, inexorable y avasalladora, una ¨frágil¨ fuerza indestructible.
*La foto que ilustra este escrito es del fotógrafo Ricardo Figueira y es parte de la muestra “Memoria en llamas”