Amanda en las sombras
RominaRamallo/Viviana Rugiero.
Segundo cuatrimestre 2017

“Siempre sola, mejor así”,
repite Amanda como una sentencia. Esta mujer de 85 años se siente sola, pero no
lo está en el sentido estricto: es una de las 30 residentes del hogar “Palabras
Mayores”, un asilo de ancianos de la localidad bonaerense de Quilmes.
Amanda ingresó en la
institución en la primavera de 2015, cuando su hijo Carlos enfermó de cáncer y el
resto de la familia decidió que la anciana, con su Parkinson incipiente y su
melancolía constante, sería un obstáculo en el cuidado del enfermo. Cuando en
julio de 2016 Carlos finalmente murió, Marta y Lucía, las otras dos hijas de
Amanda, juzgaron que no era conveniente que su madre lo supiera.
Nadie sabe cómo, pero
Amanda lo presintió: la muerte de su hijo le pasó por el cuerpo como una revelación
que literalmente la doblegó en cuerpo y alma. Ahora su figuraes una hoja seca
de otoño, sus ojos celestes parecen aclararsemás con cada llanto.
Roxana, una joven
enfermera que trabaja en la institución fue testigo del abrupto cambio que se
operó en la anciana: “Estamos preocupados porque cuando llegó al hogar era una
mujer orgullosa, caminaba erguida, no era muy sociable, pero era atenta. Desde
que Carlitos murió, lo único que hace la abuela es mirar el piso”.Esta mujer
que va dejando lugar a la sombra no puede perdonar que su familia no le
confirme lo que ella ya sabe, y se aferra a esa bronca para no claudicar. En su
libro La soledad de las personas mayores.
Influencias personales, familiares y sociales, el sociólogo español Julio
Iglesias de Ussel afirma:“Dentro del núcleo familiar, la relación con los hijos
influye especialmente en la percepción subjetiva de soledad. Un tipo de vínculo
favorable u hostil será determinante en la prevención o aparición del
sentimiento de soledad” (Madrid, 2001).
Amanda sabe de
soledad y de pérdidas: cuando aún era una niña escapó junto a sus padres del
gueto de Varsovia, pero sus hermanos mayores no tuvieron esa suerte y fueron
masacrados por el régimen nazi en el campo de concentración de Treblinka. A
pocos meses de llegar a la Argentina, y sin poder superar su duelo, la madre de
Amanda se suicidó y su padre se volvió un espectro. Ahora que la muerte vuelve
a visitarla, Amanda ya no tiene energías para seguir adelante,está deprimida y
busca desesperadamente esa confirmación, esa palabra que le arrebataron y que
es su derecho.Sobre la soledad y el aislamiento en la vejez, la licenciada en psicología
Patricia Tula sostiene que: “El peso de los ideales insatisfechos, los objetos
de amor perdidos, y el deterioro de las funciones, propios de esta etapa,
determinan rasgos melancólicos, con el consiguiente ‘aislamiento’. Hay un
sentimiento penoso y nostálgico por lo perdido, que muchas veces puede volverse
patológico”.
Las cuidadoras de
Amanda la siguen de cerca con dedicación y cariño. Intentan romper el cerco que
la aparta de la vida, pero saben que sin la participación activa de la familia,
la cruzada es inviable. “Ya no les importa la abuela, como está enojada con ellos
aprovechan para dejarla tirada”, se indigna Roxana.
Ya terminó el horario
de almuerzo y la enfermera levanta a la anciana de la silla: una vez más su
plato está intacto.Amanda vuelve a ser un rincón oscuro, una ausencia, una declaración de principios: “Siempre sola,
mejor así”.