Si de leer se trata
Por Paola Balbuena
2do cuatrimestre 2018
Bien hemos de
saber que la lectura y en general, todas sus manifestaciones es un proceso de
información e ideas, como también hemos oído decir que no existe la lectura
inocente.
La literatura
tiene un sentido para nosotros buscamos en ella aquello que nos libera de la
esclavitud cotidiana, nos saca de los parámetros que nos mantenían
encasillados, nos trasladan a horizontes nuevos, nos transforma y nos
representa.
El escritor Vargas
Llosa dice: “Al leer nos preparamos para
combatir la injusticia”.
La literatura entonces, ¿es el arma más poderosa que
posee el hombre para la libertad?
Desde épocas
remotas el libro ha sido siempre el punto de miradas y objeciones, la voz de
los mudos, las palabras de un pueblo adormecido despertando así la antipatía de
los regímenes totalitarios con los que se ha topado. Estos han sido sus
verdugos y aniquiladores, el fuego, el medio aliado. Más allá de desaparecer el
papel también mediante esta disciplina, buscaban debilitar el espíritu y la
esperanza de los lectores y autores, para callar esas voces y toda la letra que
venía a traer las buenas nuevas. La historia ha sido expectante de estos actos
que se suscitaron una y otra vez como la raíz de amargura de una sociedad que
no logra enterrar esta atrocidad para siempre.
Bajo el manto
sagrado de la moralidad, la patria, la religión, la familia y las buenas
costumbres, los gobiernos totalitarios censuraban a todo lo que podía alterar
el orden. Orden que ellos pretendían mantener, pero que no era inclusivo, tan
solo la fachada servía para el control de masas mediante la imposición del
miedo.
La historia
está plagada de libros que han ardido, incluso otros ahogados en el mar como el
caso de “Buenas noches los pastores” de
Patricio MANNS en la dictadura chilena.
En nuestro país
lo hemos vivido con el gobierno militar instalado desde 1976 hasta 1983 que
además de secuestrar y matar personas,
procedió a eliminar toda literatura “peligrosa”, representantes del pensamiento
crítico. Existen casos donde los libros descansaron por años en una fosa de
cal, sepultados bajo tierra con el
anhelo de volver del silencio que los apresó para consagrarse en el paso a la
eternidad, y la memoria del “nunca más”. Hablamos
de la historia de Liliana y Dardo Alzogaray, matrimonio de militantes, que se
vieron en la tarea de enterrar su biblioteca como un acto de amor, seguramente,
para evitar así despojarse para siempre de su tesoro que formó sus vidas y encaminó su formación, que
luego, con el afán de preservar sus vidas debieron exiliarse durante el proceso
de la dictadura. Cuarenta años
después,Tomás, hijo del matrimonio, artista plástico y docente; junto a
Gabriela Halac, escritora y Agustín
Berti, investigador del CONICET,
emprendieron la búsqueda de aquellos libros enterrados, la operación que
fue exitosa hoy es llamada “La Biblioteca
Roja. Brevísima relación de la destrucción de los libros”, si bien muchos
de los libros habían desaparecido, y su
lectura, ya ilegible, hoy estos
forman parte de un nuevo capítulo de la historia argentina. Como diría Gabriela
Halac: “Un libro desaparecido es un libro
que sigue escribiendo, deja de preservar el contenido de sus páginas para dar
lugar a la memoria sobre los hechos que llevaron a su destrucción”.
La lucha contra
los despertares del saber aún continúa desde muchos aspectos. Hasta bajo el
cielo de la democracia, la censura actúa enmascarada, como la resistencia para
el bien común y a favor de la humanidad,
pero que solo obedece al bienestar de unos pocos. Cerrada en aceptar que la
sociedad avanza y con ella todos los individuos que la conforman. Actualmente
somos testigos de cómo algunas naciones
con hambre de poder y expansión, se hacen carne de guerras que no le pertenecen.
Y, en su paso arrasador destruyen bibliotecas, historias y culturas, Cómo ha sido el caso de la Biblioteca
Nacional de Bagdad en 2003, luego de la toma de la ciudad por parte del
ejército norteamericano. La versión oficial habla de un accionar de los mismos
habitantes, sin embargo otra con evidencia respaldada, habla de un accionar por
parte de los militares mencionados , ya que se usaron fósforos de procedencia
militar.
Por lo
tanto la censura pasa inadvertida pero
está. Silenciosa. Camuflada. Sigilosa. Otro ejemplo en: muchos gobiernos -diría
la gran mayoría- las voces críticas son silenciadas, suprimiendo así datos y
hechos que traigan molestias, perjudiquen y estorben a los intereses políticos y económicos, hasta
empresariales también. La más castigada en estas épocas es la del ámbito
periodístico y medios de comunicación, peor aún la autocensura -esta que
es una renuncia voluntaria a la denuncia
y a la crítica-. Voluntaria pero de alguna manera forzada, bajo la mención de “ser políticamente correcto”.
La
contradicción de ideas y pensamientos es el motor principal de una sociedad
democrática. ¿Qué es ser políticamente correcto en nuestra sociedad?. Ser
políticamente correcto debería ser, usar el derecho constitucional de brindar
información real sin censura, enseñar y fomentar la creatividad, incitar a la
conciencia social. Sin embargo nos encontramos en una sociedad que disfraza la
realidad disimuladamente tildándola de
incorrecta cuando se trata de la ofensa a la ortodoxia religiosa, cultural y
políticamente conservadora.
Para concluir entiéndase que prohibir un libro incita a la lectura, ya que desata en el hombre el deseo de conocerlo. Callar voces rompe aún más el silencio. Y el grito de censura repercute como eco de estruendo en los corazones de aquellos que anhelan y luchan por la justicia social para todos.
*La foto que ilustra este escrito es del
fotógrafo Ricardo Figueira y es parte de la muestra “Memoria en llamas”