La rosa de los destinos
Por Sebastián Cevasco y Graciela Giménez
1er cuatrimestre 2018

Aquellos antiguos navegantes, guiados por el coraje y la intuición primero, el conocimiento adoptado después y la intención de conocer los confines del mundo a lo último, reconocían los vientos de cambio. Dicen los cronistas de época que la tempestad surge raudamente seguida de una aparente calma. Una calma que parece establecida para no tener fin, y que lleva a la incertidumbre de todo navegante. Generación tras generación, sufrimiento tras sufrimiento, han dado a luz a una rosa. Sus conocimientos prácticos adquiridos, reunidos durante centurias, la llamarán rosa de los vientos. A partir de aquí ya nada será igual: La tormenta podrá olerse, y cada navegante podrá tomar el rumbo elegido por su propia decisión. Han pasado 100 años de la reforma universitaria, y la presencia de esta rosa de los vientos no es una simple casualidad. Representa a generaciones de estudiantes eligiendo su propia dirección, su propio destino, en medio de una profunda libertad, tal cual lo hace el viento al elegir al navegante. Como los antiguos, han debido de sufrir tempestades en las que se hallaron muchas veces a ellos mismos casi impotentes, navegando en un mar inconmensurable de hostilidad.
En esta imagen, la rosa es el punto codiciado al que el mundo exterior, caótico, quiere llegar para obtener la seguridad del sendero elegido. Si acertadamente Berger afirmó alguna vez que en las fotografías de Sammallahti: “los perros están ahí para darnos la llave que abre la puerta. No, no la puerta; la cancela de un jardín, pues en ellas todo está fuera, fuera y más allá”, podemos decir aquí que esta rosa es la llave a otro jardín, pero más cercano y similar al de las delicias de el Bosco en el que, al igual que él, se cierne sobre esta figura el placer de rescatar lo eterno en nosotros, dejando un halo de misterio sobre el origen de aquello que nos diferencia y nos hace únicos durante el proceso personal que atempera y funde nuestras voces con aquellas de los navegantes cordobeses de 1918, dispuestos a perder la vida en un viaje sin retorno hacia un mundo por conocer.
Este sitio, casi mágico, es el portal hacia un mundo de conocimiento en el que el maestro y el aprendiz, abandonando sus raíces, cordialmente se funden en otra entidad: un pensamiento único, sólido, autoconsciente, igualitario, altruista, cuyo espacio temporal y expansión serán eternos, como el universo. Pero existe algo más: Así como una simple figura, al obtener una tercera dimensión deja tras de sí su sombra proyectada, esta rosa permite que todo aquel afortunado que la encuentre ingrese a la dimensión social, que permitirá avistar tras de sí aquella proyección de la persona que fue, que ya no volverá a ser, y que supo, con la ayuda de esta rosa, abandonar la crisálida para levantar vuelo.