Arma Letal
Laura Russi
1er cuatrimestre 2018
Jamás podré olvidar el día que mi madre me regaló mi primer libro en mis jóvenes seis años. Su nombre, El Secreto de las Pirámides, quedará grabado en mi mente por siempre. Al leerlo sentí que ya nada iba a ser igual, me sentí poderosa porque, a través de las palabras obtuve un conocimiento desconocido sobre el mundo hasta ese momento.
Éste maravilloso recuerdo me llevó a un
amargo interrogante: ¿por qué en mi casa no había biblioteca? La respuesta la obtuve
años más tarde, al leer sobre el acontecimiento
ocurrido en argentina el 24 de marzo de 1976 (un año antes de mi nacimiento). El
régimen militar tomó el mando del país y entre tantas otras aberraciones realizadas,
convirtieron a los libros en letales para sus poseedores, los cuales se vieron
dolorosamente obligados a deshacerse de ellos. Distinta fue la decisión de Liliana
Vanella y Dardo Alzogaray, estudiantes en la universidad de Córdoba, que enterraron
parte de su biblioteca en el patio de su casa, para protegerla del horror de la
dictadura militar. No querían quemarla, acción frecuente en esa época para
deshacerse de los peligrosos libros. Se exiliaron en México durante ocho años
junto a su pequeño hijo. Recuperada la democracia regresaron al país, se
instalaron en su casa y cavaron en busca de sus libros. El primer paquete que
encontraron contenía un libro desecho por la humedad, cerraron el pozo y dieron
por perdida la biblioteca.
Treinta años después se revivió el misterio.
Gabriela Halac artista, escritora y editora, estaba realizando un trabajo sobre
la quema de la biblioteca que hizo su padre en el año 1963. El hijo de Liliana
y Dardo, Tomas Alzogaray artista plástico, actor y docente, le cuenta a
Gabriela sobre la biblioteca que enterraron sus padres en 1976 y entre los dos decidieron
desenterrarla. Armaron un equipo de profesionales y comenzó la excavación.
Luego de varios días de trabajo y de remover 40 toneladas de tierra, hallaron
16 paquetes, ya no eran libros, mutaron en objetos representantes de la memoria
de una de las etapas más dolorosa y sangrienta de la historia argentina. La
tierra, testigo silenciosa del padecer de su contenido, como su protectora del fuego, permitió el nacimiento de un nuevo libro
llamado La Biblioteca Roja. Brevísima relación de la destrucción de
libros (2017).
Los regímenes autoritarios consideraban que los
libros son peligrosos porque tienen “una potencia transformadora, por eso
necesitaban ser destruidos” (Freira Silvia, 2017). Sin ir más lejos, la
película Ladrona de Libros, que es
una historia de supervivencia en la Alemania nazi (1933), demuestra el poder
que tienen las palabras. El régimen nazi las utiliza para persuadir a las masas
y convencerlas de la necesidad de destruir los libros contrarios a su
ideología. En una calle del pueblo la gente rodea una gran fogata en la que
depositan sus libros mientras se escucha la voz a través de un megáfono de un
coronel nazi que les dice: “erradicaremos
la enfermedad que infecto Alemania durante los últimos 20 años” (28:04
min.). Los libros representan para estos
regímenes autoritarios una “contaminación intelectual”, por eso, nadie podía
pensar por sí mismo. La cautivante palabra de Hitler era la única autorizada.
Liesel (la protagonista) una vez finalizada
la cremación cultural, con gran valentía rescata de ese cúmulo de cenizas un
libro. Mediante la lectura recupera las palabras que la ayudan a pensar por sí
misma y escribe con ellas su propia historia en ese libro que rescató.
Estos cobardes, hambrientos de poder absoluto
perseguían las nuevas ideas, las ideas revolucionarias que contenían los
libros. Quemar las bibliotecas representaba destruir una cultura que no
acordaba con sus ideales, desprovistos de
toda humanidad. Dado que, “el papel es un depositario privilegiado de las ideas
de los hombres, en su fragilidad reside también su virtud, la posibilidad de su
multiplicación” (Berti Agustín 2017). Por eso, eran considerados una amenaza de
primer orden ya que transmitían ideas e incentivaban el uso de la imaginación y
la reflexión. Así pues, a la dictadura no le basto con destruir personas,
fueron contra la cultura y la educación, debía combatir con su autoritaria
llama esa fuerza transformadora que contenían los libros. Sustentaron su poder instaurando un terror
absoluto en las personas, y en ese contexto el enterrar los libros o rescatarlos de las
cenizas representa un acto de valentía de quienes se oponían a su destrucción.
Si bien, los libros desenterrados o
rescatados de las llamas perdieron su contenido, lejos están los regímenes
autoritarios de haber logrado su cometido, por el contrario, los libros
sobrevivientes nos relatan la historia de la actividad macabra que estos
nefastos regímenes le impusieron a la humanidad, los sobrevivientes dieron
nacimiento a múltiples libros que representan la memoria de lo que no queremos
que se repita nunca jamás.
Debemos grabarnos a fuego en la memoria que
los libros son poseedores de una fuerza transformadora a la que todos podemos
acceder y solo empoderándonos de su contenido nos darán las herramientas
necesarias para combatir las injusticias que nos quieran imponer, la
autoritaria debilidad que quema.