Alas de papel, un camino de ida
Por Eva Duarte
1er cuatrimestre 2018

Leer es una de las habilidades más provechosas que podemos adquirir a lo largo de nuestra vida, es más que un simple ejercicio de comunicación y aprendizaje, nos ayuda a comprender el mundo y lo que nos rodea, y también nos lleva a “bucear” dentro de nosotros mismos para conocernos mejor.
La lectura provee múltiples beneficios, tales como: mejorar y ampliar nuestro lenguaje, facilitar nuestra comunicación, aumentar nuestra concentración, reducir el estrés, entre otros. Si bien todas estas cualidades son importantes, los libros siempre intentan ir más allá. Leer, sin duda, es un camino de ida para aquellos que prueban y sienten ese fuego sagrado dentro suyo. Evocar un libro es volver a revivir ese sin fin de emociones que experimentamos al leerlo, similar a aquellos olores de nuestra infancia que nos marcaron y, cada vez que los percibimos, tienen el poder de transportarnos a ella.
¿Poseen los libros una fuerza transformadora? Quizá sea el interrogante que nos surge al leer esa lista de atributos, es una respuesta que cada persona debe buscar individualmente, pero sin duda alguna, podemos aseverar que ningún libro al que le dediquemos nuestro interés, pasará inadvertido por nuestra vida. Vale la pena el intento.
Cuanto más leamos, más libres y menos ignorantes seremos, construiremos nuestro propio pensamiento crítico, y elegiremos qué camino tomar, sea cual fuere. Pero ¿Es tan simple como parece? ¿Les es conveniente a los poderosos que el ciudadano se instruya? Esta construcción de la que hablamos y pregonamos no siempre fue bien vista, el pensamiento libre y las obras que lo fomenten han sido atacados a lo largo de la historia mundial. Un pueblo inculto es más fácil de dominar, como bien diría el célebre Simón Bolívar: “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”.
Cualquier gobierno autoritario y en mayor medida aquellos dictatoriales, han intentado imponer su dogma y destruir de raíz cualquier pensamiento
o creencia contraria a la suya, y los libros (como formadores de ideología) presentaron siempre una gran amenaza para este propósito.
Durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983) en nuestro país se ejerció una gran censura sobre los libros, en la que no solo fueron víctimas aquellos “cargados” de ideología, sino cualquier expresión artística o manifestación espontánea que se considerara subversiva, a tal punto que hasta el género infantil sufrió persecución (títulos como, El reino del revés de M. Elena Walsh, o libros universales como El principito, de Saint-Exupéry, entre otros). No sólo bastaba con censurarlos, también debían quemarlos a la vista de todos. Un acto simbólico de desaparición de ideas, una muestra de poder e intento de intimidación.
Pero detrás de esa escena siniestra de libros ardiendo, estaban aquellos que no permitirían que sus ideales se hagan cenizas, que no soportarían tener que darles un final tan ruin y que por ello se arriesgaron a ocultarlos. Tal es el caso que nos trae “La biblioteca roja” un libro escrito por Gabriela Halac, Tomás Alzogaray Vanella y Agustín Berti y publicado en 2017 por Ediciones DocumentA/Escénicas, en el que se relata la exhumación de libros enterrados por los padres de Tomás en 1976, en el patio de su casa en Villa Belgrano, antes de partir al exilio. Resume el trabajo de excavación y recuperación de esos libros, junto al equipo de antropología forense, y los distintos sentimientos que se van presentando en esas etapas de búsqueda y descubrimiento.
Halac, plantea en uno de los textos de este libro: “Un libro desaparecido es un libro que se sigue escribiendo, deja de preservar el contenido de sus páginas para dar lugar a la memoria sobre los hechos que llevaron a su destrucción”. ¿Por qué enterrarlos y no quemarlos? ¿Con qué sentido desenterrar luego algo cuasi desintegrado? En cierta manera es exhumar una parte de la esencia de una generación, la esencia de un libro que no murió, sino que se inmortalizó en su persistencia, cual tesoro escondido esperando a ser hallado, no para ser confinado a un simple estante de biblioteca, sino para dar un mensaje más profundo: la ideas no se queman, la memoria resiste. Intentaron desaparecerlos, pero los perpetuaron en su simbología, los empoderaron en su relevancia, se
abrazaron a la memoria y nos enseñaron la importancia de fundirnos en ellos, adueñarnos de sus historias, de su esencia. Nadie puede prohibirnos pensar y mucho menos imaginar. Por eso, es nuestra obligación alimentar este don a diario, para alcanzar esa libertad de ser que tanto nos urge en tiempos de ostracismo intelectual. Abordemos un libro de ida, que nos lleve de vuelta a esa época en la que nuestra imaginación no tenía grilletes, en la que no necesitábamos más que una historia atrapante para abstraernos del mundo. Permitámonos volar, los libros sabrán guiarnos