¡Peligro! Usted tiene un libro
Por Rocío Belén Ambesi
2do cuatrimestre 2018
La primera vez que leí un libro, mejor dicho, la
primera vez que viajé con un libro fue cuando tenía 9 años. Una tía que fue a
visitar a su hijo, que vivía en Cuba, me regaló Un Hada y una Maga en el piso de debajo de Magaly Sánchez. Me
acuerdo que no conocía absolutamente nada sobre aquella islita, ni su gente, ni
su cultura, ni sus edificios, ni su paisaje, ni su historia, pero leer ese
libro me trasladó mágicamente por La Habana. Aún conservo ese libro como un
verdadero tesoro de mi niñez. Me lleva a recordar el verano en la casa de mis
abuelos, cuando lo leí por primera vez.
Muchos de los libros de mi niñez y adolescencia son
tan importantes que tuve que hacer pequeños duelos cuando alguno se me perdió
en alguna que otra mudanza o con los que presté y nunca volvieron. Los que aún
conservo los atesoro en una repisa como si fueran un trofeo digno de
exhibición. Muchos de esos libros me han enseñado de la amistad, la magia, las
batallas entre monstruos y hadas, pero también entre militantes y policías. Me
enseñaron sobre el amor, sobre jugársela por los ideales y un sinfín de otras cosas.
Un libro, cualquiera sea, te interpela, te hace
pensar, reflexionar, te hace usar la imaginación, te hace navegar por lo
desconocido y te hace hacer de eso que desconocés algo cercano y familiar. Y es
precisamente eso lo que ciertos sectores del poder, en determinados momentos
históricos, quieren evitar. Entonces, ¿son los libros casi tan peligrosos como
las bombas, por ejemplo? ¿Acaso son tan peligrosos que lo que cargan en su
interior decide la muerte o la vida de unos y otros? ¿Son tan peligrosos, quizá,
que amerita la existencia de biblioclastas o de dueños de libros que no les
queda otra que enterrarlos o quemarlos porque pueden morir por tenerlos? Lo fue
para Dardo Alzogaray y Lliliana Vanella, quienes antes de su exilio a México en
marzo de 1976 tuvieron que quemar algunos de los ejemplares de su biblioteca y
otros tantos decidieron protegerlos de la represión y el terror enterrándolos dentro
de un pozo de cal a un metro bajo tierra. Si bien los enterraron por miedo a
que los secuestren, supongo que la esperanza de volver a encontrarlos los
motivó a enterrarlos y no quemarlos.
En contextos de regímenes autoritarios los libros,
definitivamente, son peligrosos. Tanto como las bombas, sí. Porque los libros
no trazanel mismo horizonte que los tiranos. Los libros nos interpelan, nos muestran
un paisaje distinto al que conocemos y al que se nos impone el opresor. Los
libros nos vuelven disidentes, nos devuelven un poco de humanidad. Eso es lo
que los totalitarios quieren hacer desaparecer con la censura y la quema de las
lecturas. Y esto resulta violento, porque impide la libertad de la sociedad
para nutrirse de otras perspectivas, de formas sentidos y significados
distintos de lo que nos rodea. Nos priva de cuestionarnos a nosotros mismos y
de cuestionar lo inmediato. Dar muerte a la lectura, es dar muerte a la
transformación de la cultura, es dar muerte a la imaginación y,sobretodo, es
dar muerte a la memoria de la sociedad.
Dujovne, en la presentación de La Biblioteca Roja, sostiene que “los libros eran peligrosos porque tenían una potencia transformadora,
por eso necesitaban ser destruidos”. Y lo creo. Mi visión del mundo comenzó
a transformarse y a expandirse a medida que familiares, amigos, conocidos y
desconocidos, iban acercándome a la lectura. No solo mi cosmovisión, también se
alteró mi sensibilidad por las cosas que me rodean y se produjo en míla
posibilidad de imaginar otros mundos posibles, ya sean imaginarios como reales.
Esta capacidad de imaginar mundos alternativos, supongo, que se da porque mi
acceso a la lectura no estuvocondicionado por la censura ni la prohibición. Ni
mucho menos por la peligrosidad de tener en mi biblioteca libros que molesten a
un sector minoritario, que decide qué lecturas pueden ser posibles, limitando,
así, la libertad de ideas a la sociedad, oprimiéndola aún más.
Para concluir, no es posible que un libro no transforme algo en nosotros ni a nuestro alrededor cuando éste llega a nuestras manos. Ni es posible para los regímenes autoritarios, por mucho que intenten, detener esa cualidad que tienen la lectura y la escritura, de poder transformarlo todo con cada una de sus páginas.
*La foto que ilustra este escrito es del fotógrafo Ricardo Figueira y es parte de la muestra “Memoria en llamas”