El embute
Jorge Di Benedetto – Leandro Rechino
2°cuatrimestre 2017
La ciudad de la Plata fue una
de las ciudades más castigadas por la
última dictadura cívico militar. Cientos de jóvenes fueron perseguidos,
secuestrados, torturados, desaparecidos o asesinados. Una de esas historias
transcurrió en una casa, que es hoy un
espacio museo para la memoria, ubicada en la calle 30 con el número 1134 entre
calles 55 y 56 de esa ciudad.La casa se
conserva de la misma forma que quedó después de ser allanada y ametrallada por
patrullas del Ejército Argentino y de la Policía de la provincia de Buenos
Aires el 24 de noviembre de 1976.
Desde afuera pueden verse todavía las cicatrices de las paredes
producidas por la balacera, las marcas de tanto odio y tanto ensañamiento
perduran como un testimonio irrefutable.Tras la reja verde hay un pequeño
jardín. La ventana que mira hacia la calle tiene un agujero que parece haber
sido hecho por una granada u otro proyectil más pesado. Está cubierta por un
vidrio transparente donde detrás puede verse otro boquete como si fuera
una continuación del primero. Allí funcionaba un criadero de conejos y
se preparaban conservas de escabeche
como una actividad comercial que hacía
de pantalla donde se imprimía el periódico de divulgación política Evita Montonera.
El ambiente es lúgubre, húmedo, oscuro.
Hacia el fondo de la casa hay un original elemento que se empotra en
la pared. Le llamaban el “embute”, una
especie de puerta pequeña de ladrillos, que tenía un mecanismo eléctrico que
permitía pasar a una habitación interna sin ventanas ni respiración natural.
Tenían solo dos minutos para entrar porque se
activaba ese mecanismo de cierre automático. Entrando por esa puertecita,
funcionaba una imprenta clandestina donde se imprimía el periódico de la
organización.
En otra de las paredes internas pueden verse las fotos colgadas de
los militantes asesinados en ese operativo. Sin embargo ante tal brutalidad
hubo alguien que sobrevivió. Según
testigos, se vio que uno de
los uniformados integrantes de estas fuerzas de represión salió con un bulto
envuelto en una frazada. Laura Alcoba escribe en su novela La casa de los
conejos sobre la única sobreviviente, una
beba de apenas 3 meses de edad. Su
nombre es Clara Anahí Mariani -Teruggi,
hija de Daniel Enrique Mariani y de Diana Esmeralda Teruggi, ambos
asesinados, quien fue apropiada por
aquellos represores.
Probablemente tenga otra identidad y por consiguiente una historia
diferente a la que tuvo que ser, la que
hubieran querido sus padres, la que hubiera querido su abuela. Tardes de mates
con ella robadas, juegos de chinchón que se llevaron. Tantos secretos que una
nieta confía a su abuela fueron privados de que así fuese. Tantos recuerdos que
no pudieron formarse, una familia condicionada a morir.
Hoy, tal vez, es una mujer de 41 años de edad. Le impusieron una
vida que ella no eligió. No se sabe qué será de Clarita, ni de tantos otros
desaparecidos que les obligaron a morir a sus verdaderos “yo”. Unos tantos son
rescatados y descubren su verdadera identidad. Pero hay otros que no han podido
saber quiénes son o debieron ser. La pérdida de la identidad es una muerte en
vida, una tristeza, un dolor, una impotencia de no poder volver el tiempo atrás
para recuperar los años perdidos.