A contramano
Romina Aiza – Natalia Enriquez
2° cuatrimestre, 2017
Es una mañana en el centro porteño y el brillo
del asfalto, nos revela los restos de garúa que resisten, luego de una noche gélida y lluviosa. Por la avenida
camina él solo, empujando un changuito
donde carga todo lo que tiene. Una
bufanda envuelve su cabeza
ofreciéndole protección del frío y de las miradas. No deja ver su
rostro, no se puede adivinar su edad,
contemplar su expresión, ni saber de su tristeza. Por su
traje desgastado, se puede adivinar que
no siempre vivió así. Aún conserva algo a lo que trata de aferrarse antes de que todo
pierda sentido y se entregue al abandono. Camina por donde no debe, camina a contramano. Va por el medio de
la calle, tal vez como acto de rebeldía o, tal vez, lo más probable, para no
incomodar a las personas que caminan por las paquetas veredas que rodean el
Colón.
Es una imagen que se repite mil veces, y cada
vez más. Mientras más se ve, menos se repara en ellas. Vemos los bártulos pero
nunca a la persona que está detrás. La
carga que soporta no se nos hace evidente, no se puede palpar desde la
superficie.
La noche,
después de tantos años, ya se convirtió en una vieja conocida a quien aprendió
a tolerar. Muchas veces vio llegar a los voluntarios, que reparten sopa y frazadas. Muchachos llenos de buenas
intenciones, que no remedian nada. .
-venga a dormir al refugio, que hace frío… la
prédica flota en el aire congelado. Él devuelve la sonrisa, tal vez como gesto
de amistad, o quizás porque comprende el carácter efímero y absurdo de la
solución, que ofrece ésta amable propuesta.
-No, gracias…prefiero estar acá con mis
cosas…allá te roban todo.
Siente, con
todo derecho, que no vale la pena acercarse a un parador, piensa que arriesga demasiado por
muy poco. La solución es de un día, nadie le
asegura un lugar permanente y la
noche próxima llegará con las mismas incertidumbres de hoy.
¿Qué tipo de ayuda se le ofrece? ¿Cuál es la que necesita?
Al pensar en tanta gente que prefiere,
dormir en las calles a quedarse en un refugio, vemos que algo no anda bien.
Invertir la ecuación y partir del otro para ofrecer ayuda, es muy diferente a
dejar nuestras conciencias tranquilas con opciones baladíes. Humanizar a
aquellos que perdieron la categoría es una meta ardua y compleja que vale la
pena intentar, desde el Estado y en cada uno de nosotros. Tenemos la tarea
de restituir su dignidad partiendo de las grandes
políticas hasta los pequeños gestos. Mientras tanto él sigue adelante, con la
esperanza de tener, el derecho de volver a empezar.