¡Que la vida sea un carnaval!
Por Irma Morales y Eliana Jara
Primer cuatrimestre 2017
Llega el carnaval, la plaza se viste de murga, de disfraces coloridos y bombos resonantes. El momento tan esperado de la matanza llega (ritual de la rumba, momento en el que a través de los “tres saltos” los murgueros se liberan para poder celebrar), las miradas se cruzan, las risas se contagian, los saltos buscan romper las cadenas y las voces se unen en un mismo canto de lucha.
La plaza del barrio hace 16 años que recibe todos los febreros al carnaval. Carnaval que nació luego del asesinato del militante social Pocho Lepratti, quien recibió un disparo en la tráquea, luego de una represión policial en diciembre de 2001. Él había subido al techo de la escuela756 José M. Serrano del barrio Las Flores, Santa Fe (donde trabajaba como auxiliar de cocina), pidiendo a los policías que no dispararan, que adentro “solo había pibes comiendo”. Este fue su último grito de lucha.
Pocho, el Ángel de la bicicleta, como lo recuerda alguna canción, vivió y desarrolló su labor social en Ludueña, un tradicional barrio ferroviario ubicado en el noroeste del macrocentro de Rosario. Un barrio donde la realidad golpea en cada esquina, la pobreza, la violencia y la droga son moneda corriente. Lepratti, participó y promovió la creación de grupos de jóvenes y niños buscando la inclusión y contención social, realizó campamentos, talleres de formación en oficios, música, promoción de la salud y comunicación popular (ideó junto a los adolescentes y jóvenes del barrio, los periódicos LA NOTA y LA NOTITA, los cuales eran realizados por los propios pibes).
El festival del barrio surge como expresión de libertad y memoria, como transformación de la muerte de Pocho en celebración, como grito de denuncia de la realidad en que viven, siendo él la guía para continuar la construcción de una vida digna a través de la solidaridad y el compromiso social. Ser hormiga como él lo fue, buscando como dice esa bella frase del Subcomandante Marcos: “crear un mundo en que quepan todos los mundos”.
El momo acompaña cada momento, dando impulso en cada salto y fuerza para cada carcajada. La fiesta es una invitación para que todxs participen y en esa última matanza (cuando todos los bombos tocan al unísono), intenta liberar de todo lo malo que les sucede. Bailan para divertirse y encuentran en cada patada la fuerza para continuar.