La vida en el barrio
Por Sebastián Virgilio
Segundo cuatrimestre 2016
Hay lugares a los que se llega sin elegir, que forman parte de los recuerdos de una persona. Allí se forjan las primeras amistades, tardes veraniegas de juegos, diversión como también los primeros retos de los padres a los niños cuando hacen cosas que no se deben. Ese sitio es el barrio, primer testigo de los grandes jugadores de fútbol que comienzan a formarse, de los raros sitios donde ocultarse mientras se juega a las escondidas, de las andanzas en bicicleta, las trepaduras en los árboles, los primeros besos, las caídas, las peleas, entre tantas cosas que suceden.
El barrio es el territorio que pertenece a aquellos que crecieron allí y que con el pasar de los años todavía quieren a sus calles con el mismo sentimiento. Este espacio implica una identidad inherente a los vecinos que lo contemplan y lo viven. Significa ponerse una camiseta para ser defendida y enaltecida por siempre con orgullo, cuestiones que son trasmitidas de generación en generación, de los más grandes a los más pequeños.
Este es mi barrio, conocido como “El Güemes”. No es ajeno a todas estas situaciones que acontecen. Está ubicado en la ciudad de Quilmes Oeste, entre las Avenidas La Plata y Joaquín V. González; Triunvirato y Laprida. Es transitado a diario por los vecinos que van de aquí para allá con sus quehaceres cotidianos, ya sea hacer compras o llevar a los chicos a la escuela. Entre otras cosas, tiene como atracción la presencia del Museo del Transporte, un emblema de la localidad, el cual se utiliza los fines de semana como un espacio de recreación para las familias.
Con el correr de los años las casas se enrejaron y avejentaron. Las paredes perdieron el color y pareciera que hoy conservan un tono gris y melancólico, pero se relucen cuando da el sol por el mediodía y la tarde. Los árboles son los protagonistas cada cuadra, estos se vuelven grandes amigos en el verano cuando el calor sofoca y se busca algo de sombra. Están acompañados por el pasto verde a lo largo de todas las veredas, ideal para sentarse a conversar con alguien.
Hace largo tiempo atrás, antes de que se realice el proyecto de asfalto por parte de la Municipalidad, las calles eran de tierra. En los últimos meses, esta obra se estropeó y causó la formación de pozos que complican el recorrido diario de los autos y camionetas que circulan. Incluso, hay zonas en la que se puede observar el viejo suelo por debajo del pavimento, lo que genera el recuerdo de las calles empedradas que lastimaron más de una rodilla que chocó contra el piso o cuando se embarraban debido a la lluvia, tornándose intransitables.
Hay momentos típicos del barrio que son respetados como si estuvieran reglamentados. Uno de ellos es el de la siesta, que se da entre la dos y cuatro de la tarde cuando el silencio se adueña del lugar. No hay perros que ladren, chicos que corran y jueguen ni ruidos molestos; salvo que algún martillador o albañil tenga que trabajar la tranquilidad no se interrumpe. Otro instante característico es el de distracción después de la escuela o del trabajo, entre las cinco y siete de la tarde, en el que los vecinos salen a relajarse un poco, jugar a la pelota, pasear, hacer algún mandado o encontrarse con la pareja que no se vio en todo el día. Peloteos, gente que carga bolsas y camina por el medio del asfalto es lo que se puede observar.
En fin, estas calles tienen múltiples historias que se pasan de boca en boca entre vecinos curiosos. Historias compartidas de personas trabajadoras que se ganan la vida día a día con deseos de progresar siempre y dejar el ejemplo a quienes quieran. Historias de amor, entre quienes se conocieron allí, se casaron y formaron una familia. Historias que merecen ser contadas y otras que no. Todo lo que pasa es lo que hace la esencia del barrio. Sin el color de sus personajes más intrínsecos o sin el respeto de esos códigos que se escriben porque sí, nada sería como es.